El prepotente sol la acompañaba,
un perro moribundo tal vez,
en ese triste parque sin hojas,
entre tanto polvo
que ensuciaba sus cabellos.
Quizas dos personas la observaban,
y no comprendían.
No la querían ver.
Sonaron las tristes campanadas,
y su piel agrietada
sientió el dolor.
Y sus labios repetían
¿Qué hago aquí?
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